martes, 7 de abril de 2015

LEER POESÍA. Belleza, ritmo y musicalidad en la lectura.

La poesía es el género literario quizás más vinculado a la belleza del lenguaje, a lo emotivo, a la trasmisión de sentimientos. Lejos de ser solo un producto de la inspiración, el poema es un objeto estético hecho con palabras, una construcción que se moldea a partir del trabajo paciente, cuidadoso y dedicado, casi artesanal de su creador. El resultado es una pieza en la que cada elemento se ensambla con otros para producir sentidos, imágenes y climas. 

Cada género tiene sus códigos y propone sus propias reglas de juego al momento de decir, de mostrar y de leer. En el caso de la poesía, el significado desborda el contenido de las palabras, que se ve atravesado por el ritmo, el silencio, la repetición, la sonoridad. Es una pieza artística y como tal, su incorporación en la escuela puede ser la oportunidad de poner a los niños en contacto con la experiencia estética.

El lenguaje poético circula en la infancia con naturalidad, no tiende a enseñar sino a compartir, palabra fundamental del lector estético. La poesía a temprana edad imprime una educación estilística, lingüística y sensible que se denotará de manera oportuna cuando ese lector desarrolle otras capacidades. Además, implica una educación para la emotividad y la creatividad, y ofrece la posibilidad de jugar con la palabra.

El poema tiene tantas puertas de entrada como lecturas y no hay una que valga más que otras. Como toda obra de arte, estimula a imaginar, a pensar nuevos modos, a mirar la letra escrita del derecho y del revés, a oír, a proponer otro ritmo, a descubrir y evocar imágenes. La lectura compartida de poemas es una oportunidad para disfrutar y admirarnos junto a los chicos; es habilitar un espacio para que ellos mismos puedan poner en juego pensamientos, miedos, gustos, preocupaciones. El arte puede ser un puente entre docentes y alumnos.

Apostar a la poesía en el aula es también un modo de jerarquizarla, pues los niños seleccionan, aceptan, evalúan, manifiestan y reciben. Toda selección imprime un rasgo particular que, desde el aula, debería contemplar y respetar la mirada de ese lector iniciático. Las deducciones de los adultos son generalmente un patrimonio extraño a los alumnos; por esto se recomienda liberar al lector en la propia sensibilidad que será construida desde la pasión del docente-lector.

Si se trata de compartir la poesía en la escuela debemos primero dejarnos alcanzar por ella, intentar adentrarnos en su territorio. En seguida, descubriremos que no es solo un cúmulo de palabras sino que tiende una red de sentidos, produce extrañeza más allá de lo que está diciendo, se dibuja sobre la hoja. Como un mapa, nos ubica geográficamente de acuerdo a la disposición del texto, la extensión de cada línea, el uso de mayúsculas, la puntuación. ¿Hay algo más ahí? ¿Parece una figura? ¿Será casual? Preguntas que surgen en un primer vistazo. La poesía suspende la velocidad de la lectura, invita a detenerse y ver; si se quiere, a leer a través de la forma, en clave plástica. Las palabras entonces no solo se relacionan en la linealidad sino también (y sobre todo) en el espacio, de modo que se produce un movimiento del lenguaje hacia la música y la imagen.

Asimismo, hay una palabra viva y dinámica que, más allá de su significado de diccionario, se continúa cargando de sentidos en virtud del contexto inmediato en el que aparece. Se ve atravesada por el ritmo, por el silencio, por su ubicación respecto de otras palabras; hay un cruce de energías que se expande hacia todo el texto. Cada una derrama significado y, a su vez, se resignifica en la interrelación con las demás. Esto permite que puedan aparecer palabras inventadas por el autor y que podamos reponer u otorgarles un sentido por su sonoridad, por su posición, por su cercanía a otras.

Niños, escuela y poesía
En tiempos de velocidad y pragmatismo exacerbado, cabría preguntarse cuál es entonces la utilidad de la poesía y la respuesta nos ubica de inmediato en el núcleo del problema: la poesía carece de utilidad, es decir, no “sirve” en cuanto a instrumento, a aplicaciones más allá de ella misma, porque la poesía es un objeto verbal, un algo indefinible nacido de palabras. A menudo, desde la escuela establecemos relaciones no del todo exitosas entre la lectura de poesías y los niños, precisamente porque pretendemos darle un uso, ya sea para ilustrar algún tema (el agua, la primavera, etc.), para colorear los actos patrios o para diseccionarla en pos de la identificación de sustantivos, adjetivos y verbos.

Aunque este pragmatismo es posible con algunos textos que en realidad no son poesía. Sin embargo, muchas veces la escuela –mal que nos pese a quienes formamos parte del sistema educativo- borra la memoria poética que los niños traen desde la cuna. “Este niño feo/ que nació de noche/ quiere que lo lleven/ a pasear en coche·”, dice una nana que las mamás han cantado infinidad de veces.

La escritora Elsa Bornemann (1980) señala al respecto: “Las ondas sonoras de la voz materna, a través de las cuales se transmiten las nanas, llegan a los oídos infantiles con los primeros versos, ya sea para inducirlos al sueño, para aliviarles algún dolor, como acompañamiento de algún simple juego de balanceo o simplemente para alegrarlos con sus breves rimas a menudo desprovistas de sentidos, en alas de una melodía graciosamente monótona. Los oídos infantes las reciben con placer, fascinados por los sonidos, indudablemente mucho más halagados que su entendimiento”.

Del mismo modo nuestros remotos antepasados se sintieron acunados por el canto, estrechamente vinculado a la poesía a través de la sonoridad y el ritmo (algunas corrientes modernas hablan de “orquestación” en poesía). Por eso las búsquedas fónicas y rítmicas son buenas compañeras para empezar a trabajar poesía con los niños. Deberíamos aplaudir un poema simple, marcar con las palmas el ritmo o la cadencia, la sonoridad que se refugia en el corazón de las palabras.

El arte es, en principio, percepción. Y si se percibe a través de los sentidos, la poesía brinda la posibilidad de poner a los niños en contacto con el arte desde muy temprana edad. El sonido es uno de los primeros elementos por medio de los cuales el niño comienza a conocer el mundo. Mediante él, inicia su contacto con la realidad que lo rodea, y sus primeras decisiones, apetencias o temores, los manifiesta generalmente emitiendo sonidos.

Las nanas serán enriquecidas más adelante por las rondas (“Arroz con leche/ me quiero casar/ con una señorita/ de San Nicolás”), las adivinanzas (“Una cajita chiquita/blanca como la cal/ todos la saben abrir/ nadie la sabe cerrar” –el huevo-), los trabalenguas (“En el monte hay una cabra/ ética, pelética, pelimpimpética,/ peluda, pelimpipuda…”), las retahílas -síntesis de la concatenación propia de los fenómenos de la naturaleza y la vida- (“A la una nací yo/ a las dos me bautizaron/ a las tres me confirmaron/ a las cuatro me casé/…). Distintas formas maravillosas de potenciar la musicalidad del lenguaje.

Si sabemos que la oralidad es lo primero que los niños desarrollan y que solo así podrán llegar a la escritura sin tropiezos, ¿por qué empeñarnos en que memoricen, ya desde el jardín, extensos  poemas utilitarios”? Los niños deben tener la posibilidad de gozar de la musicalidad del lenguaje, de su sonoridad, de percibir la armonía, sensibilizarse, emocionarse.

De otro modo, solo los alejaremos de la preciada posibilidad de jugar con las palabras, de comunicarse con sus compañeros, de poder escribir y escribirse. En los patios de la escuela, en el recreo, sin maestros ni padres, en la vereda, los niños sostienen la poesía, la más elemental y sonora, a la que le han incorporado sus movimientos y sus fetiches: “Barbie, Barbie/ En la calle 24/ hay un grupo de mujeres/ enseñándoles a los hombres/ así:/ karate, boxeo/ hay mucho coqueteo/ azúcar, limón/ luz, cámara/ acción./ Abierto, cerrado/ a todos los costados/ y salta y salta/ me quedo en posición”.

Primeros acercamientos al género
Pensemos en abrirle a la poesía la puerta de la escuela, ese bastión de la democracia que debemos defender y construir cotidianamente. La poesía se convierte en un encuentro con el otro a través de la lectura. Lecturas individuales, grupales o corales irrumpen en el aula generando nuevos climas y acercamientos.

Para eso, en los primeros años, la propuesta se podría orientar a atraer la atención de los chicos a partir de la musicalidad, el ritmo y el juego, inventar un espacio experimental donde los alumnos puedan intentar el acercamiento al género.

• Las actividades a través de las anáforas son eficaces pues se puede trabajar la repetición junto a la lectura en voz alta para individualizarlas.
“Mari mari po po / Mari mari sa sa / Mari po / Mari sa / Mari po sa”. Esta disposición de la palabra al servicio del ritmo genera en la poesía no solo una especial musicalidad sino que opera como disparador de sentidos. La anáfora es una más de las figuras retóricas que comparten la función de la aliteración. Mientras esta busca dotar al verso de ritmo y musicalidad repitiendo la primera consonante de cada palabra, aquélla lo hace colocando la misma palabra al comienzo de cada verso. El resultado es similar.

• También podremos enseñar la similitud como forma de comparación donde se acentúa la lectura sobre dos poemas de diferentes autores.

• El reconocimiento de la onomatopeya, permite identificar la redistribución de la imitación de sonidos, voces de animales, etc., como así también focalizar en las aliteraciones dadas en ciertas vocales.

El arte del docente radicará en leer y hacer leer poesía, jugar con las metáforas y las personificaciones, atender los ritmos y recursos sonoros, haciendo a los poemas partícipes cotidianos del mundo escolar. La poesía se organiza a partir del juego entre el ritmo y el silencio. Puede adquirir más velocidad u obligarnos a volver sobre nuestros pasos. La secuencia de la sintaxis se quiebra con la extraña puntuación, con la organización del texto, con la repentina pausa que impone el espacio en blanco. Estos cortes dan la posibilidad de enriquecer la lectura horizontal con una lectura vertical, en la que podremos establecer nuevos vínculos o pasajes entre palabras aparentemente distantes.

Así, la grafía de las palabras habilita una exploración gráfica que nos colocará a un paso del poema visual. Si escribo por ejemplo, “bicho bolita” con las letras tomando como renglón una circunferencia habré realizado mi primer poesía visual que puedo terminar con la ayuda del docente de plástica.

Explorar una sola palabra en todas sus dimensiones (gráficas, sonoras, significado) nos abre la puerta a la magia de la poesía. Siguiendo a Juan Ramón Jiménez pensemos que POZO es el agujero (las “O”) que hace el trépano de la “Z”, en la base de la “P” cuando la hacemos girar. Y si la escribimos verticalmente y permitimos que cada letra comience una palabra estaremos avanzando hacia la poesía:
¿Puede
Orosco
Zurrarnos?
¡Ogro!

Y a partir de allí podríamos intentar con los alumnos de Segundo Ciclo, un poema sobre Orosco y su estirpe: ¡sí! ¡los ocho!, de León Gieco, o alguno de ellos. Desarmar poemas, cortando primero cada verso, y volverlos a armar, con un orden alterado abrirá las lecturas del poema original a nuevos significados que anidaban ocultos hasta para el autor. Y si redoblamos la apuesta y lo cortamos separando cada palabra y las utilizamos después libremente sobre una hoja en blanco los resultados serán sorprendentes. El poema collage es una técnica hermosa para practicar con los chicos.

Podemos empezar con palabras tomadas prestadas de un poema y luego pasar a sobres en los que hemos colocado títulos de diarios, frases que aparecen en avisos, toda una gama de materiales verbales surgidos de otros contextos y con los que les propondremos a los chicos que escriban poemas. Las palabras serán re significadas y estallarán poemáticamente.

En la lectura de sus trabajos escucharemos entre todos cómo suenan las palabras en una disposición distinta a la esencial, cómo se han ubicado en el espacio, a qué palabras ha elegido una palabra dada de compañeras y de cuáles se ha apartado. Lectura y producción de poemas constituyen un interjuego entre los matices de la palabra y sus sentidos que invitan a los alumnos a zambullirse en sus emociones.

La poesía no nos pide nada más que un poco de creatividad y libertad en la interpretación.
Es una incitación a la actividad lúdica que nos ayudará a perderle el miedo al poema para que la poesía sople donde quiera.


* Extraido de: BUENOS LIBROS PARA LEER, BUENOS DÍAS PARA CRECER 1. Reflexiones y propuestas para el mejoramiento de la lectura en el nivel primario. Material elaborado por el Plan Nacional de Lectura en apoyo a la Política Nacional de Intensificación de la Enseñanza de la Lectura en el Nivel Primario: Lic. Silvia Storino.