Recordamos algunas de sus reflexiones sobre la vida y la literatura; y
anunciamos el lanzamiento de una Colección que el Ministerio de Educación enviará a las Escuelas Secundarias.
(Fragmento del libro de entrevistas de
Evelyn Picon Garfield “Cortázar por Cortázar”).
Evelyn Picon Garfield “Cortázar por Cortázar”).
- «Cortázar detectaba lo insólito en lo sólito, lo absurdo en lo lógico, la excepción en la regla y lo prodigioso en lo banal. Nadie dignificó tan literariamente lo previsible, lo convencional y lo pedestre de la vida humana.» Mario Vargas Llosa
- «Cortázar es uno de los mejores escritores argentinos.» Adolfo Bioy Casares
- «Cortázar nos ha dejado una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.» Gabriel García Márquez
- «Le dio sentido a nuestra modernidad porque la hizo crítica e inclusiva, jamás satisfecha o exclusiva.» Carlos Fuentes
- «De los grandes escritores que he conocido, ninguno, excepto Borges, parecía haber meditado tanto como él sobre el problema de la forma y el estilo. A este aprendido magisterio que se transmite de escritor a escritor, hay que agregar su propio magisterio, lo que le debemos y le deberán las generaciones que lo siguen.» Abelardo Castillo
- «No puede desconocerse la influencia de sus textos en buena parte de la narrativa que después de él se escribió en español.» José Donoso
Para las escuelas de todo el país, Libros y publicaciones literarias...
2014 ha sido denominado como el año “cortazariano” porque se cumplen cien años del nacimiento del escritor (el 26 de agosto de 1914). Por este motivo, el Ministerio de Educación de la Nación enviará a todas las escuelas secundarias del país una caja que contiene diez títulos de su obra completa. A su vez, el Plan Nacional de Lectura publicará 250 mil librillos con una selección de textos proveniente de los libros “Un tal Lucas”, “Historias de cronopios y de famas”, “Queremos tanto a Glenda”, “Bestiario” y “Final del Juego”.
Para recordarlo como se merece, lo hacemos a través de las palabras de quien fue su amigo y hoy es también un gran escritor, Vicente Zito Lema. Un perfil cercano y único al hombre de rostro de adolescente melancólico y barba de pirata errante por las Antillas que cambió para siempre la literatura argentina y latinoamericana.
Julio Cortázar, ese Vigía
Se sabe que era un hombre dulce y bien amado, tímido pero también resuelto en las horas necesarias, sereno siempre, podía tocar con las manos los techos de las casas de campo, magro de carnes, al caminar, bamboleante, cobraba las apariencias de un mástil de velero chino, y mientras dialogaba se inclinaba suavemente, como la copa de un gran árbol frente al viento del sur.
de http://www.planlectura.educ.ar/listar.php?menu=2&submenu=1&mostrar=1430 y de http://www.planlectura.educ.ar/listar.php?menu=2&mostrar=1344
Se sabe que era un hombre dulce y bien amado, tímido pero también resuelto en las horas necesarias, sereno siempre, podía tocar con las manos los techos de las casas de campo, magro de carnes, al caminar, bamboleante, cobraba las apariencias de un mástil de velero chino, y mientras dialogaba se inclinaba suavemente, como la copa de un gran árbol frente al viento del sur.
Se sabe que
tenía la voz ronca de fumador mañanero, o más bien de sierra que chirría contra
un nudo, aunque en realidad parecía la voz de alguien que nos lee un cuento que
no tiene final en la mitad del sueño.De sus ojos
se ha dicho que serían los del diablo por oblicuos y diáfanos si no hubieran
sido sometidos al dominio del corazón. La barba, crecida y roja, de pirata
errante por las Antillas, el pucho pegado al costado derecho de la boca, como
un compadrito de suburbio.
Hablaba un
francés bien nasal, quizá por amor a la Nadja de Bretón; también su inglés era literario,
seguramente por devoción a las historias de Poe; pero nunca dejó de manejar el
lunfardo con la secreta esperanza de descubrir cómo carajo Justo Suárez, el
Torito, pegaba tan corto, duro y exacto a la vez. Se sabe que
navegaba seguro sobre los ríos barrosos del jazz; fanático de Theolonius Monk y
apólogo de Charlie Parker, a quien persiguió como un maldito por la calles de
París hasta logar cambiarle su viejo saxo tenor por una no menos vieja máquina de
escribir. Pero no por eso olvidó un solo tango de los cantados por Gardel
ni el sonido de esas dos guitarras y ese bandoneón, igualmente anónimos y
misteriosos, que se podían escuchar en un bar del Dock Sud adonde me invitó una
noche.
Nada le
faltaba conocer sobre ser escritor, tanto que le enseñó el A-B-C a más de una
generación sin dejar de sentirse un amateur enamorado del juego de las palabras
y con conciencia de que este oficio consiste, entre otras muchas cosas, en
lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que
atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después,
terminando el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una nueva
manera, enriquecida, más honda o más hermosa.
¿Y no
enseñó también, cuando las aguas se dividían entre obsecuentes y pasatistas,
que un escritor debe participar de la revolución, dar lo mejor de sí mismo sin
cercenar la dimensión de su arte, para lograr transmitir así como se transmiten
las cosas fundamentales; de sangre a sangre, de mano a mano, de hombre a
hombre?. Sin embargo
nadie se animó a llamarlo maestro (imagino su estupor, incluso su carcajada).
Puede que ello sea por su eterno rostro de adolescente melancólico que rumia su
primer poema o, más cerca de la verdad, porque era un reverendo irreverente que
predicaba, sin reverencias, beatífico y malicioso, que burlarse de pompas y
uniformes es muy necesario – aunque no tan saludable – en un país donde el
autoritarismo crece más rápido que el pasto y el fascismo golpea en la puerta
de casa todos los días y muchos lo dejan entrar, sin tapujos, amablemente.
No;
maestro, no. Aunque supo ser ese vigía que mira al horizonte sin vértigos para
marcar el justo camino. Y sí, también, alguien que se sienta confiado a nuestra
mesa, nos relata pausadamente una aventura maravillosa, nos incita a seguir
buscando el paraíso perdido, nos demanda que no dejemos morir la flor de la
poesía y es capaz de hacernos sentir junto a él en compañía de un hermano.
Nunca
ocultó, frente a los amigos y enemigos, que fue por Cuba y la pasión del Che que
pudo ver con nuevos ojos su propio país y la América Latina
toda. ¿Y quién no
sabe que la Nicaragua
sandinista ha sido la niña de sus ojos, a la que marchó clandestinamente en
épocas de Somoza y a la que volvió una y otra vez – aun enfermo y con la muerte
de su compañera Carol a cuestas – en los momentos de mayor peligro de una
invasión norteamericana y siempre guiado por su infinita necesidad de conocerlo
todo: la gente , los volcanes, los ríos, la costa oceánica, las cooperativas,
los talleres de poesía, la alfabetización, la gran batalla de los lápices como
él fantásticamente le decía y bien recordaba su entrañable amigo Tomás Borge,
quien además ha sentenciado, como revolucionario serio que es, que mientras
haya revolución en la Tierra
habrá cronopios.
También se
sabe que en la literatura latinoamericana de este siglo hay novelas antes y
después de Rayuela, y él mismo se tomó la molestia de recalcarlo, sin el menor
falso pudor, que ha escrito la serie de cuentos más perfectos de nuestra
lengua. Lo que no es poco si se recuerda que simultáneamente, y durante muchos años,
dedicó la mayor parte de su tiempo a combatir el odio, la opresión y el
desprecio por los valores humanos, de lo que podemos dar mil detalles quienes
lo conocimos, han tomado recibo sus enemigos y seguramente constará en los
archivos de la CIA ,
SIE, DINA y demás siglas del crimen organizado.
Habrá los
que ante todo esto dirán, alzando una ceja o con un leve fruncimiento de nariz,
que no comparten sus ideas ni sus actitudes políticas, aunque gustan de su obra
literaria. Lo dirán olvidando sin pudor que no se hace arte a espaldas de la
vida y que él, menos que nadie, separó en la mesa el vino del pan. Pienso que
es preciso ante tanta confusión interesada, cuando los cuervos pretenden
picotear su cadáver y los bien pensantes almidonan su nombre para que no huela
a nada sospechoso, contar algunas cosas. Merecen ser sabidas, o recordadas si
se conocieron; pido que se obvie mi participación secundaria en algunos hechos y
confío que ayudará a que los más jóvenes sientan con pleno orgullo que Julio
Cortázar nos pertenece, que era y sigue siendo nuestro compañero en la aventura
de la vida. Lo hago, mientras el tiempo de su muerte marca con más rigor su
lugar vacío y la tristeza abre los postigos de más de un corazón cansado.
Supe de él,
primero, como muchos, a través de sus libros. Luego, por cartas. En una de
ellas, a comienzos de 1972, me cuenta que quiere volver al país para estar
presente en el lanzamiento de su novela El libro de Manuel. Memoricemos que en
esta obra – tan denostada por los puristas – aborda, sin pelos en la lengua, el
tema de las torturas, que ya se habían hecho práctica cotidiana en el país
durante la época de Onganía a Lanusse. Me pide ayuda para conseguir un sitio no
tradicional; quiere escaparse de las librerías, salones literarios y escritores
en la carrera de famas y premios, a los que teme más que a la peste. Piensa que
un texto que denuncia el terror tiene que conectarse directamente con quienes
lo sufren y lo enfrentan.
Presentamos
el libro en la
Federación Gráfica , desdeña las amenazas parapoliciales y
superando su timidez participa de una verdadera asamblea política, donde se
discute y se le cuestiona todo, incluso su posición frente al peronismo y su
radicación en París, y donde él rinde cuenta de sus actos, a fondo, sin
jactancias ni dobleces, con el rigor y la honestidad de un intelectual
revolucionario.
Algo más:
nombra a Rodolfo Ortega Peña y a mí sus apoderados, y nos cede todos los
derechos sobre la novela para que con lo recaudado apoyemos la lucha de los
presos políticos y sus familiares. Así lo hicimos y, entre otras cosas,
afiches, solicitadas y viajes hasta las cárceles distantes para ver al hijo, al
esposo o al hermano se concretarán gracias a El libro de Manuel.
Cuando cae
preso el poeta Paco Urondo, iremos con él a visitarlo en Villa Devoto; también
quiere entrar en el Penal de Rawson después de la matanza de la Base Naval , pero no lo
dejan. Recorreremos sin embargo las casas de los asesinados el 22 de agosto y
aún lo veo, mientras la madre de María Angélica Sabelli, tan pequeña, llora
sobre su pecho de gigante flaco. Y él también llorará, mansamente.
Los que
vivieron durante la última dictadura militar en el país tal vez no conozcan en
toda su dimensión su trabajo de denuncia y solidaridad. Tito Paoletti, que fue
su amigo y compañero en la Comisión Argentina por los Derechos Humanos, ha
señalado con razón dos momentos culminantes. Uno, en el Senado francés, en el
Coloquio sobre Desaparecidos, celebrado en París en febrero de 1981, donde
trazó un cuadro tan estremecedor y riguroso del drama argentino que nadie que
lo escuchó o leyó, de ahí en más pudo negar la realidad. El otro, su discurso
con motivo del quinto aniversario del golpe militar en un acto celebrado en el
Centro Cultural de la Villa
de Madrid. Nunca la palabra conmovió tanto y expresó a todos. Nunca un pueblo cautivo
tuvo como en ese momento un artista con tanta calidad y tanta ternura.
A
principios de diciembre de1983 viajé desde Amsterdam a París para presentar en la Universidad mi libro Rendición de cuentas que él, en uno de sus
gestos de amistad había prologado. Fue un viaje duro, por mi falta de visa, por
el frío intenso, por mi coche viejo y sin calefacción; llegué sobre la hora
casi enfermo. Y al entrar en aquella
sala con estudiantes franceses pero también con exiliados venidos de tantas
partes y de una sola historia, lo vi, sentado en un rincón, con su abrigo
largo, mucho más viejo, intensamente demacrado. Sentí vergüenza de mi
cansancio, nos abrazamos largamente y hasta nos besamos, con pudor de porteños
y con mucho amor.
Hacía años que no nos veíamos. Lo último habían sido cartas y llamadas
telefónicas por el nacimiento de mi hija y la muerte de su mujer.
–¿Por qué
viniste, Julio?
–¿Cómo no
iba a venir? Sabés que no me pierdo una… (Lo dijo riendo pero había dolor, me
miró fijo y con infinita ausencia).
–No
jodamos, no se te ve bien, estás temblando… (Dicho lo mío en voz demasiado baja,
tapando las ganas de maldecir al mundo).
–No
exagerés, Vicente. Es este clima de mierda de París, nunca me acostumbro.
–Te busco
un té. (En realidad buscaba aire para mí; Julio parecía envuelto en una gasa de
tristeza que lastimaba, aunque quisiera evitarlo).
–No,
quedate tranquilo. Concentrate en los poemas, mirá que no lees por vos solo,
también lo hacés por Paco, Miguel Ángel, Rodolfo…
Y pensar
que algunos hablan de volver a la normalidad, como si no hubiera pasado nada…
(Era su queja, pero también la mía).
Cuando
terminó el acto se me acercó, nos volvimos a abrazar, nos sentamos en un
costado, ya no fumaba.
–Mañana me
vuelvo al país, Julio.
–¿En
serio...? Se termina el exilio entonces, cuidate.
–No te
preocupés. (Debí parecerle una caricatura de Humphrey Bogart). ¿Vamos a comer?
–Perdoname,
pero me voy a la cama.
–Te
acompaño hasta tu casa.
–No, che,
no me hagas más viejo de lo que soy. Me tomo un taxi. La noche todavía me
espera. (Me causó gracia, también él se hacía el duro y jugaba a ser un personaje
de novela negra, esas que tanto le gustaban; pero ninguno de los dos, y lo
sabíamos, daba ya el physique du role).
–Te escribo
apenas llegue a Buenos Aires. (¿Dónde, cuándo había escrito el primer miedo fue
irme de vos / mi último miedo será volver a vos…)
–Vicente…
(¿Por qué miraba a través de una telaraña, acaso no iba a ser siempre joven y
eterno?)
–¿Qué,
Julio? (Los golpes bajos están prohibidos, lo enseñaste, no te aflojés ahora,
pensé y puse mi mano sobre su hombro…)
–Sabés que
odio las solemnidades, pero no te olvidés que sos uno de los pocos escritores
con historia que han quedado; hay que guardar la memoria, el tiempo es una
insidiosa lima…
No dejó
lugar para más palabras, pero nos dimos la mano, la sentí huesuda y húmeda. Lo
vi bajar las escaleras, alto como siempre, un poco más encorvado. El cielo de
París me pareció áspero y ajeno.
Al otro
día, tal como lo había dicho, inicié el viaje que me trajo al país. No fue
fácil y tampoco da para contarlo aquí, por más que recuerde ese sol que me pegó
como un rabioso dios en los ojos a manera de bienvenida.
Poco tiempo
después le escribí una carta; llegó cuando ya había muerto. Aunque eso de estar
muerto y no estar muerto en cuanto a Julio es apenas un decirde http://www.planlectura.educ.ar/listar.php?menu=2&submenu=1&mostrar=1430 y de http://www.planlectura.educ.ar/listar.php?menu=2&mostrar=1344