“Si el chico jamás ve a un adulto leyendo, no va a
leer”
Es una figura indiscutida de la literatura infantil, no
sólo por haber ganado el Hans Christian Andersen, sino por la potencia de sus
relatos, que atraviesan edades y se vuelven universales. “Se puede contar casi
todo a los niños, depende del lenguaje”, sostiene.
Por Karina Micheletto
Escritora, también pintora, alguna vez librera y
editora, alguna vez periodista, especialista en promoción de la lectura, la
brasileña Ana Maria Machado ha desarrollado una obra que se proyectó al mundo.
Ella escribe para chicos, para jóvenes, para grandes, pero es en el campo de la
literatura infantil donde se especializó y obtuvo reconocimiento. Para definir
esta literatura, Machado dice que es la que también pueden leer los niños:
según su experiencia, lejos de ser una especie de hermana menor de la “gran
literatura”, la que se dirige a los chicos es aquella que despliega más capas
de lectura, la que habilita más profundidades en diferentes niveles, para
diferentes lectores. La escritora visitó la Argentina en el último
festival de literatura infantil y juvenil Filbita, donde abrió la puerta a
algunas definiciones iluminadoras sobre su oficio, los libros, los chicos y
cuán cerca o lejos pueden permanecer unos y otros.
“En la dictadura hice libros que no
buscaban tener un
contenido político
para niños, pero sí expresar una
situación de angustia.”
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“La
literatura para niños muestra un plus, tiene algo que la otra no tiene, y por
eso permite que los chicos también la puedan leer”, define en diálogo con
Página/12. “Como todo arte, la literatura tiene capas. Y en la literatura
infantil hay más capas: tiene que tener también algo que ofrecerles a los
adultos, y allí están las capas subterráneas, las más profundas.”
–¿Y qué es ese algo más?
–Yo
no sé qué es, pero es algo más que permite que un niño lea, entienda y le
guste. Algunos de los libros más importantes de la humanidad, La montaña mágica
de Thomas Mann, por ejemplo, no son interesantes para un niño. Pero si le das
Peter Pan, hay algo que él puede leer y algo que un adulto puede leer. No estoy
hablando de una superioridad estética, digo que se plantean distintas capas.
–Y al momento de sentarse a escribir pensando en los niños, ¿qué
cosas tiene en cuenta?
–No
lo sé, porque no existe exactamente ese momento de sentarme a escribir para
niños. Yo escribo para niños y para adultos: algunas de mis obras son sólo para
adultos, no tienen esa capa. Y a veces, cuando empiezo, no sé en qué va a
terminar todo. Ya he vivido los dos procesos: escribir algo que creía
que era para niños; uno o dos meses después, al releerlo, encontrar que falta
algo, dejarlo de lado, y después descubrir que eso era un cuento para adultos,
o un capítulo de un libro para adultos. Y también me pasó al revés, en el medio
de una larga novela política para adultos, cuando estaba releyendo, me dije: no
me gusta mucho esta parte, está ingenua, no funciona. Se lo di a leer a mi
marido y a mi hijo (sólo doy a leer lo que estoy escribiendo en la familia) y
los dos dijeron que no estaba funcionando. La saqué, y unos años después partí
de eso para hacer un libro para jóvenes. Suele ocurrir que una parte se
entromete en otra, adonde no pertenece. Hoy por hoy ya escribí mucho para
adultos y para niños, cuando empiezo ya voy sabiendo, hay un ejercicio. Pero
muy cada tanto las historias siguen entrometiéndose.
Dar luz
–Usted fue pintora. ¿Qué influencia tuvo esa formación en su
oficio actual, el de escritora?
–Probablemente
tuvo alguna influencia, pero no podría decir exactamente cuál. Sigo pintando
hasta hoy, pero sólo como un hobby, la mía es una pintura de domingo, de
vacaciones.
–¿Por qué nunca ilustró sus propios libros?
–Porque
mi pintura nunca fue narrativa. Tuve un momento figurativo, otro muy abstracto,
pero las cuestiones que yo me proponía en la tela no eran de tema. No importaba
sobre qué pintaba, sino cómo organizaba el espacio, los colores, la materia, la
textura, la composición, las transparencias, la luz. Eran cuestiones totalmente
visuales y el tema era secundario. La ilustración, en cambio, parte del tema
del libro. Quizá por eso nunca sentí ganas de ilustrar libros.
–¿Y qué debe tener un ilustrador para que a usted le interese
trabajar con él?
–No
hay una respuesta general. Creo que cada libro, cada trama –enredo, decimos en
portugués– tiene una necesidad distinta. Hay un tipo de ilustración que sirve
para un tipo de libro y no para otros. Me interesa que el ilustrador lea el
libro de manera creativa, pero a la vez de manera respetuosa con la trama.
Ilustrar tiene que ver con dar luz sobre lo que está. El ilustrador puede hacer
sus propias luces, por supuesto, iluminar otras cosas que no están. Pero no
puede dejar de iluminar lo que está. En general hoy confío mucho en los
editores, los directores de arte, que ya me conocen. Y, además, ya se
desarrolló mucho la ilustración en Brasil.
Cuando los
maestros no leen
–¿Cuál es la situación actual del Brasil en materia de promoción
de la lectura de niños y jóvenes?
–Se
está desarrollando mucho, desde hace unos veinte años se están distribuyendo
libros en la escuela, bien elegidos, por especialistas de cada Estado, que se
renuevan cada año. Este plan comenzó en el gobierno de Cardoso y continúa bien
asentado. En la Argentina
tuvieron un privilegio, en el siglo XIX estaban alfabetizados. En Brasil
logramos recién en 1998 poner en la escuela a casi todos los niños en edad
escolar. Pero estos niños venían de casas donde nadie leía. Y muchas veces sus
maestros eran la primera generación lectora en su familia. Estamos al menos un
siglo retardados; entonces la escuela es fundamental. Hoy los niños en Brasil
están leyendo mucho más y siguen leyendo hasta la adolescencia, hasta los 13,
14 años. Y entonces, no leen más.
–¿Por qué?
–Se
intenta estudiar por qué: no hay conclusiones definitivas, hay indicios muy
fuertes de que los maestros de los niños hasta esa edad conocen los libros,
pero de la secundaria en adelante, cuando los libros ya tienen muchas páginas,
no leyeron esos libros. Es entonces cuando no hay un maestro general, están
divididos por disciplinas. Y el de Química no lee, el de Historia tampoco,
entonces nadie habla ya de libro alguno. Los adultos modelo no leen, no hablan
de libros, no recomiendan libros. Puede ser la biografía de Pelé, no importa
cuál. El caso es que si jamás un adulto que el chico admira habla de un libro,
ese chico no va a leer.
–¿Aunque hayan recibido estímulo de más pequeños?
–Así
es. La adolescencia es la edad en que se buscan modelos fuera de la familia,
son los cantores, los atletas, los maestros, los modelos. Si esos modelos no
hablan de libros, no los recomiendan, no están cerca de los libros, la lectura
pierde interés para el adolescente.
–¿Tan importante es el ejemplo del adulto?
–Absolutamente.
Estoy convencida, y cada vez más, de que los niños aprenden todo por imitación.
Porque ven el ejemplo de los adultos, porque tienen curiosidad. Si jamás vieron
a alguien tomar agua en un vaso, no sabrían qué hacer con un vaso. Si jamás ven
a adultos leyendo, no van a leer. Yo no creo que un buen profesor de natación
que no nade pueda enseñar a alguien a nadar. Entonces creo que la manera de
hacer leer a los niños es que los maestros lean. Y no sé hasta qué punto la
formación de los maestros esté preparándolos para que lean literatura.
Entonces, creo que primero los maestros deben leer. Y creo que en su formación
debiera existir una preocupación por el estímulo a la lectura, libros para
adultos, de cualquier tipo, sea Agatha Christie o Julio Cortázar. Pero que
puedan descubrir lo que les gusta y poder hablar sobre ello.
–¿Cuál sería entonces el desafío para un maestro, un padre, una
madre, en relación con la lectura de los chicos?
–Despertar
la curiosidad. Yo quise leer cuando era niña porque mi mamá y mi papá leían. A
veces me acercaba a ellos y me decían: espera un poquito, ya termino, no puedo
atenderte ahora. ¿Qué es eso que tienen ellos, que es más importante que yo?
¡Lo quiero para mí! El hecho de que los adultos lean y hablen de libros, se
interesen por libros, va a hacer que los niños lean, les va a dar el ejemplo y
despertar la curiosidad. Eso quizá sea posible un día. Pero la otra cosa es
todavía más difícil y lograrlo sí que sería un cambio radical.
–¿Cuál es ese cambio tan difícil?
–Que
los formuladores de políticas de lectura lean. Porque si ellos creen que es muy
importante leer, pero no es importante elegir el libro, guiarnos por el placer
que nos provocan, poder tirar el que no nos gusta, todo eso que también hace a
la lectura; si miran con desconfianza los libros, entonces jamás van a dejar un
tiempo para que se lea en la escuela, sin cobrar después por eso: hacer
pruebas, notas, marcas. Hora de leer y nada más. Leer en voz alta, contar lo
que leímos, leer por leer, no para hacer después una tarea. Quien lee sabe lo
lindo que es hablar de libros, ¿no? Escuchar a alguien que lee un poema, leer
para quien amamos, repetir en voz alta la frase que nos gustó. Todo eso, que es
tan natural para quien lee, quien no lee no entiende, y cree que ese tiempo en
la escuela es perdido.
¿Qué cuentan los
cuentos?
–Usted ha escrito libros en los que aparecen dictadores y pueblos
que se rebelan. ¿Cuál cree que es el potencial político de la literatura para
niños?
–Yo
no sé si es un potencial específico de la literatura para niños. A mí me surgió
en la escritura sin darme cuenta, desde mi primer libro, que está editado aquí
con el nombre de Al don pirulero. Esa historia discute la legitimidad del
poder, habla de cómo y por qué se puede ordenar a los otros que hagan cosas. Lo
escribí en el ’76, en medio de la dictadura. En el ’88, cuando se acabó la
dictadura y estábamos discutiendo la nueva Constitución, ese libro fue
fundamental en las escuelas, porque hablaba de la legitimidad de las leyes, del
consenso que se necesita para construirlas. Eran cuestiones que el libro
planteaba, pero no eran tan claras para mí como aparecieron después. Esos
libros no fueron hechos exactamente para tener un contenido político para niños
en ese momento, pero sí para expresar una situación de angustia, de dificultad,
que estábamos viviendo.
–¿Y cómo surgió Había una vez un tirano, tal vez su libro más
emblemático en este sentido?
–Fue
un libro que escribí en el fin de la dictadura, surgió porque me había cansado
de llamar a ese tirano rey. Dije: ¡No quiero más reyes, a éste lo voy a llamar
tirano, y ya! Fue casi una rebelión semántica contra la metáfora, así apareció
un general con todas sus medallas, sus prohibiciones. Cuando lo imaginé pensaba
mucho en Chile en ese momento, porque Brasil, ya en el ’81, estaba un poco más
relajado. Pero en Chile era muy fuerte ese general que prohibía todo. Ese libro
fue leído en las escuelas en Brasil, los militares lo dejaron pasar... Tal vez
porque los censores no leían libros para niños (risas). Y después, con la
democracia, yo pensé: el libro se acabó, ya no habla de lo que nos pasa. Sin
embargo, hoy en día ese libro está traducido hasta para tres países árabes.
Ahora me piden otra traducción al kurdo. ¡Increíble! Y ahí está. Yo quería que no
fuera útil en parte alguna, pero ahí está (risas). Entonces, sobre el efecto
político, no sé exactamente cuál es, pero que lo hay, lo hay.
–¿Y hay algo de lo que no se pueda hablar cuando se escribe para
niños?
–Creo
que se puede contar casi todo a los niños, depende más del lenguaje, del
tratamiento, que de un tema vedado. Hasta del suicidio, como lo ha hecho Astrid
Lindgren. Personalmente creo que las historias para niños siempre deben tener
algo de esperanza, ésa es mi visión. Pero, después, podemos hablar de todo,
porque la vida consiste en todo. En la vida tenemos que contar a los niños
situaciones dolorosas, muertes, separaciones, cosas que no nos gustan. Yo tuve
un cáncer, mi hija tenía ocho años. Tuve que contarle que iba a operarme, que
iban a sacarme el seno, que iba a perder todo el pelo, a tener náuseas. Porque
ella no podía verlo por primera vez cuando ocurriera, tenía que contarle esa
historia que estaba por vivir. Cuando se la conté, ella me preguntó: ¿Tú me
prometes que no vas a morir? Eso no te lo puedo prometer, le dije, pero sí te
puedo prometer que voy a hacer todo lo que pueda para no morir. Lo vivimos
juntas. Si uno puede hablar de eso con sus hijos, entonces la literatura puede
hacerlo también.
DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2014